domingo, 11 de noviembre de 2018

La corrupción que no pudo con todo...



Tic, tac, tic, tac… El tiempo parecía no transcurrir en ese sitio del mundo. Tras la caída de la bomba nuclear, Nagasaki se había convertido en prácticamente una palabra prohibida en casa de Isaki. Isaki era un chico de ascendencia japonesa, cuyo bisabuelo había muerto en la que sería la segunda explosión nuclear ordenada por EEUU hacia el país nipón. El chico, junto con sus padres, su hermana y su abuelo estaban comiendo en familia, con las noticias puestas en la televisión, cuando repentinamente apareció un reportaje sobre este trágico incidente.
El padre de Isaki reaccionó rápidamente a coger el mando, pero algo lo detuvo… En la pantalla se podía apreciar una foto de la ciudad después del bombardeo, pero no estaba completamente destruida. Una estructura, de un material no muy resistente a primera vista, seguía en pie. A pesar de la devastación acaecida en ese lugar, esta se mantenía erguida cual vencedora, superviviente de uno de los incidentes más devastadores que nunca antes se habían vivido allí.

                Tras unos segundos de confusión, el padre apagó por fin la televisión y se dispuso a seguir con la conversación como si nada hubiera sucedido, pero Isaki no se iba a quedar contento sin conocer más sobre ese arco.
 -  ¿Cómo es posible que ese arco siguiera en pie, si parecía hecho de madera? –el chico lanzó la pregunta al aire- ¡Parece imposible!
-  Ese arco, nieto mío, no es un arco cualquiera –el abuelo repentinamente se unió a la conversación- El nombre de ese tipo de arcos es Torii, y este en concreto encierra una leyenda, que dice hacerlo indestructible…

Después de comer, el chico y su abuelo se reunieron en la sala de estar, y el segundo empezó a contar:

"Cuenta la leyenda, que un famoso justiciero, Jakamuro, vagaba por todo Japón ayudando a los que lo necesitaban y librando a las ciudades de las mafias por las que entonces eran controladas. Todas las ciudades por las que pasaba parecían quedar bendecidas, y no había sitio que atravesara en el que no recibiera un presente como muestra de agradecimiento.

Cuando Jakamuro envejeció y no pudo continuar con su entusiasta labor, decidió crear un santuario en su ciudad natal, Nagasaki, en el que enseñaba a sus discípulos diversas técnicas de lucha y los principios morales necesarios para convertirse en mejores personas y poder ayudar a Japón como él lo hizo en el pasado. Desgraciadamente, aunque sabio, no era capaz de leer la mente, y, tal vez traicionado por su confianza en el ser humano, instruyó a Achito, un alma corrupta, que pretendía usar ese poder para dominar todo y esclavizar a una nación entera. Las malas lenguas cuentan que Achito, su traicionero aprendiz, lo asesinó atravesándolo con una espada.

El cuerpo de Jakamuro fue enterrado bajo el arco, que en otro tiempo había representado la entrada a su templo de sabiduría y calma. A Achito lo exiliaron, lo encerraron y lo apartaron de la sociedad. La furia hacia esta acabó consumiendolo, acabando consigo mismo y dejando como sus últimas palabras un mensaje de odio hacia el mundo, maldiciendo a Japón. El 9 de agosto de 1945, mil trescientos años exactos desde el fallecimiento de Achito, apodado como “el corrupto”, una bomba nuclear devastó la ciudad de Nagasaki, dejando como único superviviente no humano de ella el arco Torii donde estaba enterrado Jakamuro, representante de la esperanza, la armonía y la paz en Japón."

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