Tic, tac, tic, tac… El tiempo parecía no transcurrir en ese
sitio del mundo. Tras la caída de la bomba nuclear, Nagasaki se había convertido
en prácticamente una palabra prohibida en casa de Isaki. Isaki era un chico de
ascendencia japonesa, cuyo bisabuelo había muerto en la que sería la segunda
explosión nuclear ordenada por EEUU hacia el país nipón. El chico, junto con
sus padres, su hermana y su abuelo estaban comiendo en familia, con las
noticias puestas en la televisión, cuando repentinamente apareció un reportaje
sobre este trágico incidente.
Tras
unos segundos de confusión, el padre apagó por fin la televisión y se dispuso a
seguir con la conversación como si nada hubiera sucedido, pero Isaki no se iba
a quedar contento sin conocer más sobre ese arco.
- ¿Cómo es posible que ese arco siguiera en pie, si parecía hecho de madera? –el chico lanzó la pregunta al aire- ¡Parece imposible!
- Ese arco, nieto mío, no es un arco cualquiera –el abuelo repentinamente se unió a la conversación- El nombre de ese tipo de arcos es Torii, y este en concreto encierra una leyenda, que dice hacerlo indestructible…
- ¿Cómo es posible que ese arco siguiera en pie, si parecía hecho de madera? –el chico lanzó la pregunta al aire- ¡Parece imposible!
- Ese arco, nieto mío, no es un arco cualquiera –el abuelo repentinamente se unió a la conversación- El nombre de ese tipo de arcos es Torii, y este en concreto encierra una leyenda, que dice hacerlo indestructible…
Después de comer, el chico y su abuelo se reunieron en la
sala de estar, y el segundo empezó a contar:
"Cuenta la leyenda, que un famoso justiciero, Jakamuro,
vagaba por todo Japón ayudando a los que lo necesitaban y librando a las
ciudades de las mafias por las que entonces eran controladas. Todas las
ciudades por las que pasaba parecían quedar bendecidas, y no había sitio que atravesara en el que no recibiera un presente como
muestra de agradecimiento.
Cuando Jakamuro envejeció y
no pudo continuar con su entusiasta labor, decidió crear un santuario en su
ciudad natal, Nagasaki, en el que enseñaba a sus discípulos diversas técnicas
de lucha y los principios morales necesarios para convertirse en mejores
personas y poder ayudar a Japón como él lo hizo en el pasado. Desgraciadamente,
aunque sabio, no era capaz de leer la mente, y, tal vez traicionado por su
confianza en el ser humano, instruyó a Achito, un alma corrupta, que
pretendía usar ese poder para dominar todo y esclavizar a una nación entera. Las malas lenguas cuentan que
Achito, su traicionero aprendiz, lo asesinó atravesándolo con una espada.
El cuerpo de Jakamuro fue
enterrado bajo el arco, que en otro tiempo había representado la entrada a su
templo de sabiduría y calma. A Achito lo exiliaron, lo encerraron y lo apartaron de la sociedad. La
furia hacia esta acabó consumiendolo, acabando consigo mismo y dejando
como sus últimas palabras un mensaje de odio hacia el mundo, maldiciendo a
Japón. El 9 de agosto de 1945, mil trescientos años exactos desde el
fallecimiento de Achito, apodado como “el corrupto”, una bomba nuclear devastó
la ciudad de Nagasaki, dejando como único superviviente no humano de ella el
arco Torii donde estaba enterrado Jakamuro, representante de la esperanza, la
armonía y la paz en Japón."
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